Brasilia ha crecido sin pausa y hoy supera el millón de habitantes. Eduardo Davis/Efe Reportajes
La capital brasileña nació del diseño de Oscar Niemeyer y Lucio Costa. Es una ciudad joven que hace solo 50 años se levantó de la nada, en medio de un paraje árido. Ahora es la meca de la arquitectura mundial. El 21 de abril de 1960, el presidente de Brasil Juscelino Kubitschek, amoldado al desarrollismo de la época, inauguró oficialmente la capital que sustituiría a Río de Janeiro, una ciudad exuberante, de playas y paisajes paradisíacos muy distante física y visualmente de la nueva sede administrativa.
En el paraje desértico donde se levantó Brasilia el día de la inauguración solo había una gran cantera, un hospital y la plaza de los Tres Poderes, donde habían concluido el imponente Palacio presidencial de Planalto, la sede del Congreso Nacional y el edificio del Supremo Tribunal de Justicia.También existía ya el cine Bandeirantes, uno de los pocos espacios de recreo que tenían los obreros y en el que la mayoría de las películas exhibidas era de vaqueros, escenificadas en un Lejano Oeste pero muy cercano a aquel seco paisaje brasiliense.
La inauguración en medio de esa precariedad y el frenético hacer de los obreros coronó, sin embargo, el sueño de Kubitschek de llevar la capital hacia el centro del "país continente", que es Brasil.
Esto, para fomentar el desarrollo en regiones olvidadas desde la época de la colonización portuguesa y, además, promover el futuro más allá del litoral Atlántico. Los biógrafos de Kubitschek dicen que buscó el sitio durante meses. Sobrevoló todo el centro y el noreste del país hasta que finalmente un día vio desde el aire un cruce de caminos de tierra roja, hasta entonces poco frecuentados, y dijo: "Será allí".
El Gobierno convocó un concurso nacional para elegir un diseño que se adecuase a una obra de tales proporciones y acabó eligiendo el presentado por dos de los mejores arquitectos de la época: Lucio Costa y Oscar Niemeyer, fervientes estalinistas y seguidores de Le Corbusier, que había influenciado el ideario de ambos.
Esfuerzo conjunto
El nombre de la nueva capital recuperó una vieja idea de José Bonifacio, uno de los consejeros de la corte del emperador Pedro I, quien en el siglo XIX sugirió que la corona portuguesa, exiliada en esa época en Brasil, estaría más protegida en una urbe distante del mar para evitar el peligro de invasiones.
En vista de que la corona no se había adentrado en el territorio, Bonifacio propuso edificar una nueva capital, que se llamaría Brasilia. La construcción de esa ciudad imaginada por el consejero imperial comenzó en 1956 y supuso trasladar a unos 60.000 trabajadores hacia el inhóspito paraje elegido por Kubitschek.
Los trabajadores fueron alojados en frágiles casas de madera de polvorientos campamentos ubicados en los alrededores de las obras.Recuerdan algunos ancianos que, además del cine Bandeirantes, las pocas distracciones que existían para la población se encontraban en los bares y burdeles que florecieron al mismo tiempo que la llegada de más y más obreros, en su gran mayoría oriundos del todavía hoy empobrecido noreste.
Brasilia celebra durante todo 2010 los 50 años de su transformación Oscar Niemeyer, el creador.
Brasilia es, además, un verdadero museo a cielo abierto de la obra de Oscar Niemeyer, quien, pese a cumplir 102 años en diciembre pasado, sigue muy activo y se mantiene como un mito de la arquitectura del siglo pasado.
En el "plan piloto", trazado en forma de avión, están muchas de las mejores obras del arquitecto, como el Palacio Itamaraty, sede del Ministerio de Relaciones Exteriores; el Palacio de la Alvorada, residencia presidencial; o la Catedral de Brasilia. En muchos de los monumentos Niemeyer dio rienda suelta a su pensamiento político y grabó con sutileza la impronta comunista.
-Para el mausoleo que guarda los restos de Kubitschek, fallecido en 1976, diseñó una enorme pirámide truncada en cuya cúspide plantó una alegoría de la hoz y el martillo de 20 metros de alto, que solo puede ser observada a varios cientos de metros de distancia.
-Ese pícaro truco de diseño no fue percibido por los militares que gobernaban Brasil en los años 70. Pese a sus diferencias ideológicas, permitieron que el proyecto del mausoleo fuera encargado a Niemeyer, un arquitecto que todavía hoy se refiere a sí mismo como "uno de los últimos estalinistas" del mundo.